Querer a Roque

Por Otoniel Guevara

Roque está bien así, no hay que moverlo, no hay que especular lo que hubiera hecho, escrito o pensado si no lo hubieran traicionado en aquel mayo fatídico. Eso no lo podemos cambiar. Podemos insistir en que quiten de funcionario a aquel que quedó maldito con ese crimen. Seguro prefiere lidiar con huracanes, terremotos e inundaciones y no con esas once letras que él quisiera borrar de su orgullosa existencia.
 
Roque está bien así, con sus libros publicados y sus otros inéditos, él es maravilloso de esa manera. Con ese rosario de nombres refulgentes que repiten su nombre porque intuyen que, como él asegurara, no sólo jamás llegaría a viejo, sino que, como aseguró su amigo Wichi, no morirá jamás.
 
Yo presencié centenares de cuerpos desmembrados y torturados, yo viví decenas de noches angustiosas entre bombas y tiroteos en mi pueblo. Pero fue Roque, con un libro, me cambiaron sus palabras, esa sabiduría para ser salvadoreño que me ha acompañado siempre en todo lugar.
 
Roque quizás nunca tuvo paz, cómo saberlo, pero me ha dado la paz. El se encarga de explicarme a cada paso lo que un paso significa, que hay que enfrentar las dificultades con el pecho abierto, aunque se nos congelen los pulmones con el aire frío de la mañana, con el aire frío de las traiciones. Porque lo lamentable de ese asesinato es la manera en que uno tras otro se suceden en el poder para ignorarlo, para negarle justicia, para colocar candados a la verdad.
 
Pero hay una manera en que se puede romper ese cerco, y es con la llave luminosa del pueblo. Alfabetizar a nuestro pueblo, ese que tanto amó y al que le entregó todos sus mejores días, con sus palabras. Por eso yo propongo que se inicie una campaña de Roquetización de la sociedad, para que la gente vea quien es Roque y lo que nos dejó de regalo. Porque seguro la gente se va a reventar de la risa con el poema de Reinalda y el concurso para ponerle nombre. O van a sentir que se les inflama el corazón cuando a las muchachas les lean al oído el poema Desnuda. O van a rendirle homenajes constantes a Salarrué en sus eternos 70 años con charamuscas de guishte vitaminado. Y van a estar de acuerdo con él de que el talento es pura gana de joder a los demás, o cuando los demás nos hagan sufrir con sus gestos de persona mayor que dan golpes a nuestras almas de muchachitos tristes que todavía necesitan jugar. O cuando entendamos que solo nadar en mamá era fácil. O cuando descubramos una mañana a nuestros padres. O cuando haga frío sin ti, pero se viva. O cuando veamos a las gentes importantes que en lugar de llevar una vida recta llevan una vida rectal.
 
Y vamos a querer a Roque, y vamos a sentirnos tristes de no tenerlo en nuestros cumpleaños, en nuestras graduaciones, en las calles, en las protestas, en el estadio apoyando a la selecta, en el estrado hiriendo con su verbo punzante y justiciero. Pero para descubrir que ese hombre nos amó tenemos que leerlo. Copiar sus versos en notitas, repetir sus palabras en las paredes, sobre las mesas, en los recibos de la luz, sobre la bolsa de los comprados. Multiplicar esa palabra de mano en mano, como debe de ser, no esperar que sea un gobierno ciego el que nos lo entregue, sino copiarlo a mano, como él hizo con nosotros, que nos copió a mano y nos escribió con el corazón hasta a los que todavía no han nacido en este país donde deberían dar diplomas de resistencia por ser salvadoreño.
 
Hay que querer a Roque. Hay que leerlo. Eso no es cosa difícil.
 
Hagamos de Roque Dalton una bandera sin derecho a cansarse.
 
Otoniel Guevara es poeta salvadoreño y dirige la revista cultural Marzo 

1 comentario en “Querer a Roque”

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